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viernes, 16 de diciembre de 2011

NAVIDAD DE UN PINTOR. CUENTO DE UN PINTOR VENECIANO SIGLO XV 3ª PARTE

Es Pertutti…! Y qué guapo va…! Y qué guapa va la novia…! Llegando al puente de los suspiros, no ven que desde el centro del puente, que lleva desde el Palacio Ducal hasta las mazmorras, mirando por las celosías de sus dos ventanas, los condenados, que pronto sufrirán tormentos y algunos perderán sus vidas, miran con lágrimas en los ojos, la regata de acompañamiento de los novios, que va pasando y allí se quedan suspirando. Pero ¿que veo? Si es aquel joven amigo nuestro…!Sí! ¡Sí! Es él, es Berruggini. Ellos van hacia su gloria, los otros van a su desgracia. Bueno vamos a volver a nuestra narración y seguiremos al joven Pertutti. A los dos días de haber conocido a aquel personaje, un criado salió al encuentro de Berruggini y haciéndole saber que trabajaba a las ordenes del signore Apertutto, le pidió que si podía le acompañara a ver a su señor, quien había quedado tan satisfecho de su conversación, que si lo tenía a bien, algunos días pensaba tener el honor de invitar a comer a tan erudito joven. Cuando llegó a presencia de su nuevo benefactor, Berruggini y después de los saludos, il signore, le pidió al joven, que le contara lo más importante de su vida y lo que le gustaría hacer: Así empezó su historia nuestro amigo. Pues signore, cuando ya empecé a ser mayor y viendo mi interés en la pintura, el signore Sansovino que fue para mí mejor que aquel padre que a los ocho años me abandonó, me llevó al barrio de Castello donde se encuentra el Campo Santa María Formosa donde por aquel tiempo, tenían su estudio los maestros Carolus Bermeggini y el Gran y Divino Raffaello di Bennalúa, en manos de quien me dejó para que iniciara mis estudios de pintura, en el barrio de Castello junto a la pared de la iglesia de San Zacarías y que por tener que hacer su reconstrucción desde el año 1470 hasta el 1.500 tuvieron que dejar mis maestros, regresando de nuevo a España. El tiempo transcurrió como dentro de un suspiro, allí me fui haciendo hombre y pintor, de los maestros recogí lo que sé de pintura junto con un gran bagaje de amor y amistad, el maestro arquitecto Mauro Codussi la tuvo que reconstruir y en el año de gracia de mil cuatrocientos setenta y dos, los maestros tuvieron que abandonar su estudio y regresar a España, donde les esperaban fama y dinero. Para poder seguir comiendo, hice varios trabajos en la Iglesia de San Pablo y en la Iglesia de San Moisés, pero no teniendo madera de meapilas y con todo lo aprendido con mis maestros, frecuenté la Piazza di San Marco, provisto de los trebejos de mi oficio y recordando que la mía “mama” en tiempos de crisis, se ganó la vida vendiendo (y haciendo) encajes de Burano, yo tomé apuntes de distintos pintores de la época Il Perugino, Andrea del Verrocchio…Y algunos otros más modernos, Rafael de Urbino y Miguel Ángel Buonarroti, que empezaban a ser famosos, aunque no los pagaban tan bien como a los otros más conocidos, pero lo cierto es que a mí, me gustaba copiarlos y que la gente pensara que eran originales, el tiempo dejó claro que yo tenía buen gusto. FIN 3ª PARTE

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