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domingo, 21 de julio de 2013

TAMBORES LEJANOS

Desde muy lejos, se escuchaba el ruido de los tambores…sí, sí…el ruido de los tambores, eran golpeados, aporreados sin compasión, parecía que los tambores, fueran los culpables del mal de los que los hacían sonar. El ruido iba in crescendo, lentamente, pero cada vez, se escuchaban más cerca. Cuando el teniente hizo formar a la compañía, los hombres estaban nerviosos, necesitaban entrar en acción, la lucha se preveía brutal y a muerte, los que venían no eran simples manifestantes, estos eran profesionales y no tendrían compasión, así que codo con codo, escudo contra escudo, sin dejar un resquicio por donde el enemigo pudiera romper la formación. Desde la última vez que habían estado juntos en un combate, los hermanos no se habían visto, pero aunque no necesitaban hablar, sabían lo que tenían que hacer, por haberlo practicado una y mil veces, ellos no eran cómo los políticos que mandaban hacer, sin saber lo que mandaban, ellos a fuerza de estudiar los métodos, a fuerza de repetir los movimientos y a fuerza de estudiar los resultados, antes de entrar en combate, ya sabían el resultado de la batalla. Lentamente iban sonando con más fuerza los tambores, Jhonn a gusto hubiera encendido un cigarrillo, pero ya hacía mucho tiempo, que estaba totalmente prohibido el tabaco para todos los miembros de la formación, tampoco estaba permitido el masticar el chicle, que antaño tanto aliviaba las tensiones de la espera. Miró de reojo a Teo y vio a su hermano, con los dientes apretados, sus ojos grises, se habían convertido en azules claros, a fuerza de tenerlos casi sin pestañear, puestos en la mente de su mujer, Jennifer, era la forma de olvidarse de lo que pronto ocurriría. Desde el puesto de mando, las luces, iban cambiando constantemente impartiendo sus órdenes, todos sabían lo que les decían y lo que tenían que hacer, cuando los asaltantes llegaron a la altura de ellos, ya estaba cerrándose la formación envolvente, que tenía que hacerse cargo de la vanguardia contraria, que en realidad eran los más peligrosos. Desde la prohibición del uso de armas, todas las acciones, las desarrollaban con sus propias manos y siempre, procurando hacer el menor daño posible a los atacantes. Eso era lo que mandaban las normas, pero cuando tenían enfrente a una fuerza casi tan bien dotada cómo ellos, no siempre, se podía andar con paños calientes. Cuando los atacantes abrieron los cajones en los que guardaban “su arma secreta” un desconcierto general, cundió entre las fuerzas defensoras, ellos esperaban unas armas nuevas, a las que sin saber porque, temían sin haberlas visto, pero aquello, estaba por encima de cualquier cosa, que ellos pudieran haber previsto y a lo que nunca se habían enfrentado, pero además, tampoco hubieran podido hacerlo. De aquellos cajones, empezaron a salir niños de corta edad y fueron a toda carrera hasta el sitio que ocupaban los defensores, los defensores se vieron obligados a tirar sus escudos al suelo y a coger a los niños en sus brazos. Fue un movimiento instintivo. Mientras tanto los atacantes, tomaron posiciones y desplazando las desechas líneas de cobertura de los defensores, les obligaron a rendirse y a unirse a los asaltantes en contra del poder corrupto y de los que sin saber, quisieron hacer del país, su centro del poder. Una vez más, la fuerza de la razón y del cariño paterno-filial, vencieron a los que mandaron sin saber a qué mandaban. Perdieron los malos y se les condenó a tener que ordeñar las vacas, para que los niños pudieran seguir alimentándose en los comedores de los colegios que ellos pensaban cerrar. pepaherrero

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