Llegado el mes de Agosto, cuando aprietan los calores, llegan las historias de viajes. Historias increíbles, historias de cuentos de hadas, que a todos nos reconfortan y nos arrancan suspiros. Bellos cuentos de bellos parajes, que parecen haber sido puestos allí, en exclusiva para nuestro disfrute.
Sólo por pura casualidad, el viaje nos llevó a descubrir la agreste playa de Sada, de paso a Baldoviño. El tiempo amenazaba con tormenta, pero sólo amenazaba, porque al poco tiempo, llegamos a un pueblo de hadas, llamado Cedeira, donde al entrar, estaba la marea baja y todos los barcos que se encontraban en el puerto, dormían sobre el lado de sus panzas, el bien ganado descanso del día anterior. Estuvimos paseando por el puerto y por sus cuidadas y bonitas calles y cuando de nuevo volvimos al puerto, todos los barcos, se mecían bailando a la suave brisa.
Salimos de Cedeira y empezando a subir por la angosta y revirada carretera, que nos llevaría a San Andrés de Teixido, donde dice el refrán gallego (que quien no vá do vivo, vá do morto) al encuentro, salieron a recibirnos, tanto las vacas, como los caballos salvajes, me hubiera gustado, poderlos fotografiar, pero mis nervios, al verlos tan cerca,(incluso tuvimos que parar, para dejarlos cruzar la carretera) no me permitieron reaccionar en debida forma.
En lo alto de la montaña, ya afrontando La Costa Da Morte, unas planicies, sirven de aparcamiento, para los visitantes que llegamos a esta zona. Después de andar, unos cientos de metros, a través de un pequeño sendero, se accede a San Andrés de Teixido, caserío configurado por una pequeña plaza, con varios locales, de cara a recibir a los visitantes, que son recibidos por las mujeres lugareñas, quienes te hacen ofrendas de romero y florecillas, con su deseo de que el amor, te sea propicio.
En la parte derecha, de la entrada al caserío, está la iglesia-ermita del caserío hecha de pizarra y enjabelgada de blanco, donde la gente entra con recogimiento, para pedir, por ellos y por sus familias. Después, de la visita al santo y de contemplar las casas de los alrededores, viendo a las vacas paciendo por encima de sus tejados, se hace necesario, reponer fuerzas, en cualquiera de los sitios que están a disposición del visitante, donde esperan los percebes típicos de San Andrés, la cocina típica gallega, la tortilla… el jamón gallego…después de tomar la copita de orujo y después de dormir la siesta, tras de varios chaparrones que nos calaron hasta los huesos, afrontamos, el verdadero tramo de la Costa Da Morte, donde en otros tiempos, se celebraron los aquelarres y bailaron las brujas sobre sus escobas, adorando al diablo transmutado en macho cabrío. Grandeza que sólo en esta costa se puede sentir. Nuestro paseo terminó en el otro pueblo de cuento de hadas del que no voy a referir más que el encanto de su puerto a la falda de una bonita montaña, y como no de su nombre…CARIÑO. Hasta pronto.
Pepa herrero
sábado, 28 de agosto de 2010
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