domingo, 18 de marzo de 2012
LA MEMORIA DEL PERRO
¡Quieto Leal! Era la voz de su amo, era la orden que no dejaba lugar a dudas y el perro lobo, lo único que podía hacer era obedecer, desde cachorro, estaba adiestrado. ¡Busca Leal! Y cumpliendo con su obligación, el animal buscaba aquel pañuelo escondido en el tubo del desagüe hasta correr el riesgo de terminar con alguna mano rota, pero la obligación es lo primero. Mi suegro, persona de buen corazón, tenía prohibido a mi marido cuando era niño, llevar al Leal a situaciones de las que pudiera dimanar algún peligro, para la integridad del animal, el perro lobo, criado en casa de mi suegro desde que mi marido, era sólo un niño, era el juguete de todos los niños del barrio, cuando faltaba alguien para poder realizar el juego, Leal, era el preferido de la partida. Al igual que Leal, Cachucho, era el perro del alcalde de Elda y enemigo declarado del Leal y su principal obligación, era no dejar pasar a Leal, cuando por mandato de mi suegra, le llevaba la merienda a su dueño, en la cesta que para esos menesteres, le había confeccionado el gitano canastero, que los jueves por la tarde, recorría las calles de Elda, vendiendo su mercancía.
¡Leal,! Llévale la merienda a tu dueño, hasta aquí, era sólo un animal dulce y cariñoso, pero cuando la cesta era cogida por sus dientes, dejaba de tener amigos y hasta cumplir con su sacro-santa obligación, a sus ojos salían los rayos de su media raza de lobo. Sólo mirarlo, quitaban las ganas de probar ¡a ver qué pasa!. Cachucho esperaba estos momentos, en los que se encontraba, en superioridad de condiciones, bajo ningún concepto ni escusa Leal dejaría sin defensa, la cesta a él confiada. Los zapateros que a esa hora, salían a merendar, haciendo un alto en su trabajo, hacían causa común con Leal y a veces distraían a Cachucho, o bien dándole comida, o amenazando al perro con gestos para que dejara pasar a Leal, lo que aprovechaba el trabajador animal, para llevar la merienda a su dueño, pero si los trabajadores tardaban un poco en terminar sus viandas, veían llegar corriendo a Leal, quien daba las gracias a sus amigos los trabajadores, con el espectáculo de la gran paliza, con qué premiaba la intrusión en su trabajo, del perro fiero y prepotente, que le quería impedir cumplir con su obligación, para con su dueño.
Las historias que he oído contar a toda la familia de mi marido, han sido tantas y tan tiernas, que a veces, creo que Leal ha sido mío y por si faltara algo, por circunstancias qué no vienen al caso, nos adoptó a mi marido y a mí, una fiera que si llega a ser leona, ya el primer día que se instaló en nuestra casa, se nos hubiera comido con patatas fritas, tanto a mi marido, como a mí, la suerte qué tuvimos, fue que era una York sire enana y se tuvo que conformar, con martirizarnos todo lo qué pudo y algo más y hoy que el tiempo va haciendo pared en mi memoria, mezclo (y me encanta) las historias de uno y otro fieles amigos. pepaherrero
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