viernes, 14 de septiembre de 2012
ADIOS DON ARTURO Y MÁS
Cuando el barco se empezó a hundir, todos fueron a los botes, nadie quiso quedarse en los aparejos y el pobre don Arturo, no era capaz de gobernarse él solo. Al parecer se había quedado solo, porque alguien había hecho correr la voz de fuego, el barco era de madera y como ratas, empezaron a saltar por la borda. Cuando las fuerzas del orden, llegaron en formación y rodearon el barco, ya apenas quedaban cinco o seis de los más viejos, de esos que si pierden el pastel, ya no tienen nada que comer.
El viejo Abel, llamó a la puerta del camarote de don Arturo, ¡don Arturo! ¡don Arturo! Que aquí hay unos señores que preguntan por usted, don Arturo asomó la cabeza y con la cara llena de espuma, le preguntó al viejo Abel ¿Qué dius, que dius? Nadie se esperaba en el barco, que una cosa así, pudiera pasar, pero, lo que tenía que pasar, pasó.
Después de rodear el barco, las fuerzas del orden, hicieron sonar las sirenas y como en Fuenteovejuna, atacaron todos a una. Al pobre don Arturo, no le dio tiempo a terminarse de afeitar, pero los brutos de las fuerzas del orden, casi lo afeitan. Después de sometida la tripulación (el viejo Abel y don Arturo) las fuerzas del orden, los mandaron a formar en cubierta, en filas de a cuatro (los más altos delante) y todos a una, se pusieron a buscar a los responsables de la barbarie.
Le pusieron los grilletes, lo llevaron esposado hasta la casa de la justicia, los jueces, en esos momentos, no estaban, (claro, era la hora de la comida y esas no son horas) después de esperar cinco horas, llego don Armenio, que a pesar de sus casi setenta años, aun seguía en la brecha, el ordenanza le dijo al oído y levantando la voz (don Armenio, era sordo como dos tapias)
¡Don Armenio! ¡don Armenio! Ahí bajo en los calabozos, está don Arturo, que quiere hablar con usted, don Armenio, le contestó que él no fumaba puros y se metió en su despacho. Cuando abrió la fiambrera y vio lo que su santa esposa, le había puesto para comer, pensó en lo santa que era la madre que la perdió, cuando de nuevo, entro el ordenanza y le preguntó que de lo de don Arturo ¡qué! Al parecer esta vez, en la soledad de su despacho, don Armenio, si que le entendió, lo que no llegó a entender, que era lo que quería don Arturo a aquellas horas, a lo que el ordenanza, no tuvo más remedio que contarle toda la historia.
…Y le contó lo de la manifestación. Y le contó como todo un pueblo le quiso acompañar, le contó como lleno de orgullo y poder, don Arturo quiso hacer un referéndum entre todos los catalanes, pensando que era partida ganada, luego a la hora de la verdad, no eran tantos los monos y la cosa se quedó en aguas de borrajas. Don Armenio, le reprochó a don Arturo, que no se acordara de las cosas que prometió o juró para que le dieran el puesto a él y no al otro que también lo quería y dándole un ligero tirón de oreja, le dijo ¡ay! Artur, Artur, no saco punta de ti y dándole una ligera patada en sus posaderas, lo mandó a su casa, sin tan siquiera darle un poco comida, de aquella que tan poca gracia, le hizo a él (cosas de los del pueblo) pepaherrero.
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