Con cuanta aprensión, hoy me pongo delante del ordenador. Hoy no hay historia...Sólo dolor y muerte, una muerte que nos llegó desde el cielo, ese día no habían Dioses ¿estarían todos de vacaciones?. Cuando los pasajeros vimos que nuestro viaje terminaba, ya sabíamos que al final, no estaba el aeropuerto, nadie nos esperaba, sólo el miedo, la angustia, el no poder decir adiós a nuestras familias, el morir por nada...La muerte...¿La muerte por qué? nos dijeron que por Alá, nos juraron que era por qué Dios lo quería, pero nadie entendió nada. Si es cosa de Dios, dejadnos ver por última vez a nuestros hijos...A nuestras familias, dejadnos vivir nuestra vida. Yo de verdad que os entiendo y que creo en vuestra causa y de corazón os aplaudiré cuando como protesta, hagáis estallar vuestros aviones sin nadie más que vosotros, que queréis que el mundo se entere de lo malvados que somos en occidente.
Tal vez, hasta puede que tengáis razón, los occidentales estamos locos, ayer en un pequeño momento en que puse la televisión, oí decir a alguien, que no fuisteis vosotros, que fueron los americanos con el único propósito, de atacar a Iraq y su petróleo, a Afganistán y sus cuadrillas de bandoleros, oí que habían puesto bombas en aquellos edificios y desde el cielo (a donde ya habíamos llegado) vimos saltar y caer como si fueran hormigas a aquellas personas que unos momentos antes, habían llamado por teléfono a sus hijos, de los que al menos, se pudieron despedir. Pero ¿y los que no pudimos despedirnos de nadie? ¿que fue de nosotros? quien lloró nuestros cuerpos.
Si yo supiera odiar, odiaría a los árabes y a los americanos, odiaría a los que son capaces de pagar una entrada, para ver a ese toro, que en defensa de su vida, ya ha matado a tres personas, pero yo no puedo odiarlos, sólo se rezar una oración por ellos y por sus victimas. Yo les pediría a los japoneses que hicieran sonar una gran campana, con el tronco de aquel árbol que aguantó estoico las bombas atómicas, pero que ya viejo y cansado, no pudo aguantar el pasado tsunami y murió tratando de salvar las vidas de los tres niños que se refugiaron en él. Solo diez campanadas de sonido negro, sólo diez años en los que el mundo ha ido a peor.
pepa herrero
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