Cuando Mercedes hizo la pregunta, en la sala se hizo el silencio, mirando a su marido, la madre cogió la manita de la niña y se la llevó a la cocina (a prepararle la merienda). La niña, de la forma más natural, le repitió la pregunta a su madre, mamá ¿de dónde vienen los niños? Doña Mercedes que en esos momentos sólo puede ruborizarse y ofrecerle a la niña la crema de chocolate que le gusta para la merienda,le dice, niña, esa es una pregunta que te contestaré cuando seas un poco mayor, ¿te parece bien? No mamá si yo ya lo sé, si te lo pregunto, es para decírtelo si no lo sabes y como veo que no estás al corriente, te lo voy a contar, para que tú también lo sepas.
La niña tenía siete años y quería ser mamá, en su casa no la dejaban y le pusieron como excusa, que aún era muy pequeña, Lidia, que así se llamaba la niña, era mi compañera de clase y desde que su madre le había regalado aquella muñeca, había hecho nacer en la niña, la voluntad de ser madre (de verdad). Aquella noche, cuando se fue a la cama y después de rezar sus oraciones a los cuatro angelitos que guardaban su cama, le pidió al buen Dios que le ayudara a ser madre. Y Dios le habló con voz de trueno a la niña: mira Lidia si de verdad quieres ser madre, tendrás que hacer todo lo que yo te diga, sin protestar por nada.- Yo haré todo lo que tú quieras, pero ¿podré mañana ser madre? ¡No! Eso lleva más trabajo del que tú te crees y si no me dejas darte las instrucciones, creo que no llegarás a ser madre nunca, ¿me entiendes? Sí que te entiendo señor, pero es que tú no comprendes, que para mí es muy importante ser madre ¡ya! ¡Bueno! Lo primero que tienes que hacer, es acostarte, relajarte y no pensar en todo lo que hemos hablado y quizás mañana cuando despiertes, se hayan producido algunos cambios en tu cuerpo, que serán los que te permitan ser madre ¿de acuerdo? La niña de la gran prisa, la niña que quería ser madre, no dudó ni un instante de lo que le había dicho el buen Dios.
Por la mañana temprano, Lidia al despertarse, no fue capaz de ver, donde le había dejado el señor a su hijo, sus ojos aún casi dormidos, reflejaron toda la pena de no haber encontrado a su niño en la cama y así poder jugar con él. Cuando pasado un buen rato, el buen Dios pasó por el cuarto de Lidia, dos diamantes cayeron desde sus ojos hasta la cara de Dios y al ver que las lágrimas mojaban sus barbas, abrazando a la niña, le dijo: pequeña Lidia, no llores, acuérdate de lo que me prometiste ayer noche y confía en mí, en tu organismo, ya se ha producido el cambio que te dije que se produciría, ya muy pronto, el sueño te vencerá y al despertar, tendrás a tu lado a ese niño tan querido por ti.
Los médicos que vieron a la niña, no salían de su asombro, nunca habían visto un caso así de Narcolepsia, Lidia dormía plácidamente y en su carita, una sonrisa de felicidad, les daba a entender que la enfermedad prometía un final feliz. Aquí, se repitió el cuento de la bella durmiente del bosque y cuando el príncipe despertó a la niña, le dijo: Hola Lidia soy tú príncipe azul y te estoy cuidando desde hace trece años, pronto tendremos ese niño que tanto has querido. Y luego nos iremos a mi palacio y allí, nos casaremos. Y se casaron y fueron felices. ¿Mamá? Le preguntó Mercedes a su madre, ¿yo también puedo ser mamá…? Es qué también me gustaría tener un príncipe para mí. Me iría con él a entregar premios y así, nunca tendría que ir a sellar al paro…
Pepa herrero
lunes, 24 de octubre de 2011
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