Las pascuas de aquel año, eran diferentes a todas las que antes habíamos pasado, eran las primeras en las que las chicas, ya podíamos presumir de mujeres y “ponerle” la merienda a nuestro mejor amigo y dice la tradición, que el lunes siguiente, que se celebra el día de San Vicente en la comunidad, los chicos nos corresponderán, corriendo con los gastos de la comida de todo el día. Las catorce amigas que aquel año, nos habíamos puesto de acuerdo, convencimos al padre de Juanita Navarro, para que nos dejase ir a la casa de campo que tenían en el paraje de “La huerta” a cambio, nos comprometíamos a dejarle la casa limpia como una patena y a conseguir que ninguno de los chicos, se rompiera ningún hueso haciendo cabriolas encima de los árboles frutales.
Los almendros, acababan de perder su flor, sus hojas ya tapaban las pequeñas almendras que al salir a ver la luz del nuevo día, tapaban su rubor con un manto de ligero perfume que llegaba hasta nuestras narices, haciéndonos creer que la primavera nos cantaba de amores. A veces los saltamontes, nos venían a visitar (por si podían sernos de ayuda) y los muy cotillas huían campo a través cuando nos veían defender las cestas de nuestra comida (y las de nuestros chicos) Roberto, era el más interesante de todos los chicos y a sus diez y ocho años y tras una estancia en Londres de casi seis meses, tenía fama de guapo, seductor y aventurero. Mariela era su pareja perfecta, un poco mayor que nosotras, (debido a una enfermedad en su niñez) había perdido dos cursos y por eso se encontraba con el resto de las niñas, dos años menores que ella. Aunque Roberto, no era su hombre ideal, el hecho de ser mayor (casi un viejo) y estar de una u otra forma enamoradas de él todas las del grupo, hizo que se dejara aconsejar por todas nosotras y consintió en ponerle la merienda durante los tres días de Pascua.
Cerca del paraje de “La huerta” el río Vinalopó, corre hacia tierras de Novelda y en sus límpidas aguas los pequeños barbos, buscan el alimento entre juncos y jarales, justo allí, está esa zona donde la hierva como en un campo de futbol, tiende un manto verde donde poder jugar y hasta es testigo de algún beso furtivo con el que la atrevida de turno premia a su amado. Los juegos ocupan lo mejor de la vida adolescente y si es compartido con nuestros amigos del alma y compañeros de curso, de entre los que puede que un día salgan los que serán nuestros maridos y el padre de nuestros hijos, hacen que el sueño y las princesas se junten para darnos los días más maravillosos que nuestros recuerdos nos traerán a lo largo de nuestras vidas. Y mezclando las primeras clases de “amor” con el juego del pañuelo, del tú la llevas o el de “secretos al oído” en el arrebol de nuestras mejillas, el sol de la tarde dibuja sonrisas de dulces futuras mujeres, que al ver los ojos de sus amados hombres, se dan cuenta de que ya es la hora de la merienda (y después el baile) cuantas fantasías, cuantos dulces sueños de adolescente han quedado encerrados entre aquellas paredes y hasta cuantas parejas se han roto por culpa de los malvados hombres, con el único fin de no tener que pagar la comida del día de San Vicente, (pero eso no es romántico) romántico era ver como las personas mayores, Roberto y Mariela, bailaban al ritmo que los cantantes de aquella época dorada, que les decían a los bailarines aquello del “Je t`aime moi non plus” a veces y siguiendo su ejemplo, algún otro, se desmadraba y teníamos que usar los métodos más eficientes para calmar sus “ardores” y me acuerdo de Andrés “El laña” que en su cara tenía dibujada la manita de Carmen y eso que la niña era de armas tomar. 1ª PARTE
Pepa herrero
miércoles, 19 de octubre de 2011
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