El sol, ya se ponía a lo lejos por el horizonte, sus rayos de oro, bañaban el macho del castillo y su fulgor parecía, el inicio de un incendio en el centro de Alicante. En la playa de la almadraba, muy, muy cerca del cabo de las Huertas, el hechizo de la tarde alicantina, hacía que las parejas, buscaran la soledad, para cual gaviotas de regreso a sus nidos, poder arrullarse, mientras sus ojos, morían de amor escuchando el leve quejido de las olas, por tener prohibido llegar hasta donde ellos estaban.
Aquella familia, había llegado desde lejanas tierras y traían en su cesto un espacio muy grande, donde poder guardar las sorpresas que el panorama les iba enseñando. Con las últimas luces naturales, se encendieron las de nueva tecnología y un Alicante nuevo se abrió a sus ojos, no había pasado mucho tiempo, cuando llegó la luna a dar otra imagen a los turistas, que embelesados querían todos enseñar a los demás, lo que todos estaban viendo. La luna, muy cuca ella y sabiendo el efecto que causaba, empezó a rielar y convirtiendo en plata la superficie de aquel mar, al que también le gustaba lo suyo poder presumir delante de aquellas buenas gentes, también cooperó y dejándose arrullar por la luna, descompuso su luz en baile de nítidos colores que a nuestros viajeros llegaron hasta el fondo de su alma, queriendo que aquel dulce momento, no tuviera nunca final.
Entre miradas incrédulas y comentarios sin fin, llegó la hora de la cena y con un gran apetito, se pusieron manos a la obra, la tortilla de patatas, tenía un sabor distinto, el vinito de la tierra, pensaron que no tenía igual y la sandía puesta a refrescar en la arena, donde la mar rompía, pensaron que era el manjar de los dioses.
Quiso la providencia y no estaba incluido en el paquete turístico, que aquella noche de un veintitrés de junio, al pensar en llevar la cesta hasta el coche, para seguir disfrutando de la cálida noche, encontraran grupos de jóvenes que haciendo sonar sus guitarras y sus yembés, ofrecían a las aguas tesoros de frutas, pequeños barcos con pedidos de amores alumbrados por velas y hacían que su música, les trasladara a otras playas y a otros tiempos, luego, la luz de una palmera de fuego se abrió en la noche de Alicante y en todos los ojos se vieron historias de amor y de felicidad.
Cuando abandonaron la playa, muy cerca de la madrugada, en sus corazones aun sonaban los ritmos que en sus oídos les habían dejado las horas de ensueño que sin pensarlo, Alicante les había regalado, para que al llegar a su tierra, les quedara para siempre de esta tierra acogedora un grato recuerdo, el sueño luego no llegaba a conquistarlos, pensando en todo lo que les quedaba que disfrutar de Alicante en el día que ya se abría paso entre las sombras del Benacantil. pepaherrero
domingo, 22 de enero de 2012
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