Por fin a las diez de la noche, llegó a Málaga y se fue derecho al hotel y aunque todos los viajantes, tenían la costumbre de ir al mismo hotel, (además eran los que mejor equipados estaban, para ayudar a los viajantes), pero con veinticinco mil trescientas pesetas extra, a mi marido aquel hotelucho, le supo a poco y se decidió por otro de más alcurnia y milagros de la vida, su hermano Pepe que sólo viajaba Cataluña (cuando la viajaba) se presentó en la tienda de un cliente, por una cuestión de cópieme usted estos modelos y allí que se encontraron los dos hermanos, Pepe, ocho años mayor que mi marido (ojo, por aquel entonces, soltero y sin compromiso) al llegar al hotel, preguntó por su hermano, a lo que en recepción le dijeron que esta temporada, no había venido. El susto fue mayúsculo, pensando en que le podía haber pasado “algo” la situación, se aclaró por la mañana en la tienda del cliente, pero mi marido se tuvo que explicar y bien, de porqué no estaba en el hotel de costumbre. Mi marido, pescado in fraganti, no tuvo más remedio, que contar a su hermano lo acaecido en Alcázar de San Juan.
A mi cuñado Pepe, se le ocurrió ir a ver Torremolinos (que no conocía) y cogiendo el autobús, ya estaban camino de Torremolinos, en el autobús, se encontraron a dos lindas escandinavas, a las que sirvieron de guías, durante los dos próximos días (y noches) las vikingas, los llevaron a conocer la verdadera noche de Torremolinos y en realidad las que fueron unas Cicerone perfectas fueron ellas, ¿Cómo en tan sólo unos días, podían haber aprendido tanto de Torremolinos? No hubo tugurio al que no pudieran entrar (y siempre por la cara) pero la verdad según dice mi marido, sus caras bien merecían la pena ser vistas, las invitaciones que entre los jóvenes se repartían, hacían verdaderos milagros y donde la entrada costaba cien y doscientas pesetas, ellos, entraban gratis. La nueva música de unos chicos ingleses, sonaba en la mayoría de locales, los Beattles empezaban a estar de moda, pero también conocieron chiringuitos donde la música clásica andaluza, era hecha canción, por los Pavarottis de la zona, con la ayuda de todos los asistentes, junto con mucha música de charanga andaluza, también conocieron si no templos, si verdaderas ermitas, donde el sentimiento y el buen cante, tenían su Sagrario…con qué cariño, oigo hablar a mi marido de aquellos días de bohemia y qué poco duraron las veinticinco mil pesetas.
Y después a la madrugá, en recompensa por sus desvelos, los dos hermanitos cogidos de la mano (de sus chicas) volvían a Malaguita la bella y enfrente del mercado, se tomaban un buen tazón de leche con colacao y porras y después de saciado su apetito, llevaban a sus vikingas a comer al Palo, donde los espetones de sardinas, las conchas finas malagueñas y otras delicias marineras, abrían de nuevo el apetito, para reponer fuerzas y de nuevo a Torremolinos. (Los zapatos…¿se venderían solos?) pepaherrero
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