lunes, 16 de julio de 2012
"BONI" EL CARNICERO
Cuando “Boni” se jubiló, le pasó el testigo a su hijo. Bonifacio, hijo, esto y tus estudios, es todo lo que en la vida, he podido recoger para ti y para tú familia, si puedes, lucha y trabaja, mira a ver si un día puedes decir a tu hijo lo que yo te digo ahora y si le puedes dejar algo más, mejor para él, aunque si por lo que sea, lo que hoy te doy, se pierde por el camino, levanta la cabeza y no te dejes vencer, por ninguna circunstancia.
Bonifacio, siempre procuró seguir las enseñanzas de su padre, mirarse en el espejo de su mayor, era su mejor deseo, cuando se hizo cargo del negocio, los cuatro empleados de la empresa, eran como sus hermanos. Bonifacio les ofreció ser socios los cinco, pero al parecer, ellos pensaron que ser trabajadores, aunque fuera menos remunerativo, también tenía menos responsabilidad, por lo que declinaron la invitación y le pidieron al nuevo jefe que les permitiera, seguir ganándose el pan, con el sudor de su frente.
El nuevo propietario de la empresa, aunque el momento, no era como para tirar cohetes, repartió entre los cuatro, una pequeña cantidad de dinero en efectivo y les ofreció durante un plazo de seis meses, poder disfrutar de un descuento del cuarenta por ciento del importe de cualquier compra, que realizasen en la empresa, aquella noche, al terminar la jornada de trabajo, fueron invitados los trabajadores y sus familias a una fiesta de nueva etapa, que todos disfrutaron en agradable compañía.
La negra garra de la crisis, pasaba su afilada guadaña, por todos los comercios del barrio, los pequeños comercios que sus dueños habían conseguido poner en marcha con mucho esfuerzo, iban cayendo destruidos por la maldita crisis, no había sector que se mantuviera a flote, el fondo de la vida comercial sólo era una sucia cloaca, llena de los desechos comerciales, de personas que perdían su dinero y su prestigio. Hay quien dice que es ley de vida, sufrir, para morir.
Sólo un pequeño comercio, parecía sobrevivir en aquel barrio, cuando a la hora de cerrar, los dependientes limpiaban los mostradores, cuando la lejía dejaba escapar sus efluvios, cuando de nuevo el cristal relucía como los espejos, esperando el trabajo del nuevo día, Bonifacio gastaba bromas con sus trabajadores amigos, al parecer la crisis, siempre pasaba por otro camino.
Luisa, dejó el coche en la puerta, hoy es la virgen del Carmen y quiere que Bonifacio la lleve a ver la procesión del Campello, no quiere llegar tarde, le gustaría encontrar un sitio agradable desde donde ver toda la procesión, cuando llegaron al Campello, parece que todas las gentes, habían tenido la misma idea, no había donde aparcar, de seguir así, tendrían que poner de nuevo rumbo a alicante.
Tal vez si entramos en el puerto…Bonifacio, estaba cansado y Luisa conducía el coche con sus cinco sentidos puestos en su quehacer, vieron varios coches aparcados en las cercanías del pequeño bar que hay junto a la lonja del pescado, parece que puede ser un buen sitio para dejar el coche y después de la procesión, venir a dar un bocado aquí mismo. Como pudieron vieron la procesión, entre apretones de la gente, la alegría desbordada de la juventud, los cohetes y la música, se pasó el tiempo en un abrir y cerrar de ojos…cuando lleguemos, no vamos a poder cenar, el cantinero, hombre atento y bonachón, pronto les consiguió una mesa junto al agua del puerto, la brisa hacía rielar la luna en la mar, el olor a sardinas y a sepia, se podía pagar a precio de oro de bien que olía, ya a las doce de la noche, Luisa trató de salir del puerto y se encontró con la sorpresa de la puerta cerrada, pero un joven guardia civil, con toda amabilidad le abrió la puerta del puerto…pepaherrero.
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