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miércoles, 21 de marzo de 2012

PASEANDO POR MI PUEBLO

Cuando llegué a mi pueblo, fue por casualidad, mi madre, estaba dando a luz y yo me presenté sin preguntar, octubre ya llegaba a su fin era día veintidós, el otoño pintaba con pinceladas de ocre-tierra las calles aún sin asfaltar y aunque yo hubiera querido irme a jugar a la calle, al parecer, no estaba bien visto, que una señorita con sólo unos minutos de vida, ya quisiera campar por sus anchas en aquel pueblo decente y cristiano, orgullo de su señor alcalde y principal aportador de contribuciones a su Diputación, teniendo ganada fama Eibar y Elda, de ser los dos pueblos que más aportaciones hacían a las arcas provinciales. Bueno, a lo que íbamos, antes de cumplir los cuatro años, ya estaba considerada una mujer fatal y los niños de hasta lo menos siete años, venían a cortejarme hasta las rejas de aquel nunca olvidado chalet de mi infancia, donde poder pasar, la entrada al mismo, era sólo facultativa de su princesa. Pero mí orgullo de casta, no me permitía coquetear con aquellos miserables niños-bien, que lo único que pretendían de mis encantos, era el favor de verse admitidos en nuestros juegos y hasta en las meriendas que preparaba mí madre…aquella pequeña hada, que se desvivía por atender a su princesa. El tiempo corre sin dar tregua a las princesas a que se puedan aposentar en sus tronos de cristal y con mis siete años por cumplir, mi vida era cambiada de raíz, hasta hoy tan disipada y hasta un poco pizpireta y a partir de este momento, me veo en aquel colegio de monjas, donde era quizás la más pequeña de las alumnas, pero seguía siendo la princesa de mis cuentos de hadas. Por la cercanía del colegio y el chalet, algunas compañeras se tomaron la obligación diaria, de venir a buscar a la niña y de paso poder tener entrada de primera fila, en el teatrillo de mi vida y yo la princesa, me dejaba querer a cambio de tener el mando de la situación. Hoy he cumplido los doce y el bachiller llama a mi puerta, mis trenzas se han quedado en la habitación de costura de mi madre, Lina la peluquera, para quitar fuego a aquella escabechina que hicieron con mis trenzas, dijo que con aquel pelo era parecida a Audrey Hepburgn, mi orgullo de dama importante, se sintió alagado lo suficiente como para no coger una gran llantina, que era lo que me pedía mi corazón, pero en la puerta del colegio, parece que la cosa había merecido la pena, mi mejor amiga, me llegó a decir, que parecía que tuviera lo menos quince años, el abrazo de cariño que le di, fue más sonado que el abrazo de Vergara. Luego las ilusiones fueron tantas y vinieron tan seguidas, que pronto aquel pequeño pueblo, se quedó pequeño para princesa tan grande y mis deseos de ser alguien en la vida, me llevaron a competir en el estadio Valle Hermoso, en aquellos campeonatos nacionales de gimnasia…pepaherrero

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